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El trapiche de Nicolás entre lo humano y lo divino

POR: LUIS LOAIZA RINCÓN D ios quiso que los seres humanos no fuéramos ni ángeles ni demonios y que más bien estuviéramos a pocos pasos de c...

POR: LUIS LOAIZA RINCÓN

Dios quiso que los seres humanos no fuéramos ni ángeles ni demonios y que más bien estuviéramos a pocos pasos de cualquier extremo. Que cada uno decida en qué dirección quiere ir y cuáles serán sus soportes espirituales para la vida.

El "diabólico trapiche de la política", que subyuga a unas personas a molerse a sí mismas y a otros, tal como lo dijera Teodoro Petkoff refiriéndose a Hugo Chávez, es donde mejor se expresa esta contradicción entre lo humano y lo divino. Es por eso que ante algunas situaciones perdemos la capacidad de asombro o nos quedamos sin respuestas viendo cómo se paraliza nuestro entendimiento. Además, no en lo mismo ver el juego que jugar.

Uno de los más influyentes enfoques que aborda estos temas, para ayudarnos a comprender su complejidad, parte de un pesimismo antropológico gracias al cual se asume que los seres humanos somos esencialmente ingratos y volubles, que hay una contradicción básica entre los deseos insaciables y las posibilidades de satisfacerlos y que las pasiones llegan, incluso, a determinar los objetivos y los fines en la política. Pero si las pasiones pueden cegar a la razón, es importante saber que ésta sin aquéllas resulta impotente.

En este sentido, la razón debe guiar el proceso de consecución de fines, pero sólo lo logrará exitosamente si se enraíza profundamente en una voluntad que posea la energía, la habilidad para decidir y actuar con determinación dejando de lado toda consideración que no vaya en la dirección de alcanzar los objetivos propuestos.

Este imperfecto ser humano, además, debe lidiar con su incapacidad para preverlo y controlarlo todo en un contexto siempre cambiante. De allí la tensión entre la búsqueda de autonomía, a través de la práctica que permita que uno sea su propio amo, y un mundo variable ante el cual no cabe la rendición, porque sean cuales fueren las circunstancias adversas, nunca se deberá ceder. Al menos luchando se puede eventualmente derrotar a la adversidad. Aun así, no hay seguridad de nada, ninguna acción política puede alardear de haber dado con un "curso seguro" en la solución de cualquier problema y nada permanece igual a sí mismo por mucho tiempo.

No nos queda más que buscar la adaptación a las circunstancias cambiantes con la intención de alcanzar cierta estabilidad y no engañarnos ya que la realidad tenemos que aceptarla sin ilusiones ni utopías. Lo que "es" no coincide con lo que "debe ser", porque son dimensiones distintas. En este sentido, cualquier medio es legítimo si con él se consigue el fin que perseguimos, que en la política siempre será seguridad y autonomía. Todo, finalmente, radica en eso: Lograr seguridad y autonomía respecto al medio, incrementando el poder sobre el mundo.

La razón debe guiar el proceso de consecución de fines, pero sólo lo logrará exitosamente si se enraíza profundamente en una voluntad que posea la energía, la habilidad para decidir y actuar con determinación dejando de lado toda consideración que no vaya en la dirección de alcanzar los objetivos propuestos.

La política así entendida no es otra cosa que la lucha de opuestos, el equilibrio de tensiones, el reajuste de fuerzas en oposición; y las sociedades bien ordenadas políticamente son aquellas que cuentan con salidas institucionales a esos estados de contradicción y conflicto.

Por lo demás, siempre existirán personas que abusen y busquen exacerbadamente su particular interés, pero debe tenerse claro que la mejor forma de asegurar la libertad, y el control sobre nuestros asuntos, es convertirnos en sirvientes del bien público. De esta forma la comunidad política se convierte en un bien trascendente, superior al individuo o a los grupos particulares que lo componen y la salvación de esta comunidad hace que todo medio sea válido y legítimo.

Para concluir diremos que estas ideas, expuestas en apretada síntesis, constituyen efectivamente el soporte conceptual del trapiche de Nicolás, si, de Nicolás Maquiavelo, el ilustre florentino que nació en 1469 y murió en 1527, dejando hasta hoy una huella indeleble en la manera de entender y hacer la política. Aquí también, cada uno tiene la última palabra.

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